Se había ido la luz en todo el edificio por la tormenta que caía fuera de casa. Sabías lo poco que me gustaban, así que decidiste poner en el móvil mi música favorita para evadirnos del mundo. En el salón, habías colocado un sinfin de mantas por el suelo, cojines y los farolillos de camping para alumbrarlo todo. Unas copas de vino y algo de picoteo, un pequeño oasis para desaparecer de los miedos. Entre risas y miradas cómplices tras la comida, la ayuda del vino y de la poca tecnología que podía molestarnos comenzamos a besarnos. Primero despacio, entre caricias, para ir subiendo poco a poco de intensidad y pasión lo que llevó a que comenzáramos a entrar en calor, pegando nuestros cuerpos, mordiéndonos.
Nuestros cuerpos empezaban a estar algo sudorosos, mientras
la poca ropa que nos quedaba se iba desprendiendo casi por arte de magia. Tus
dedos, al principio algo torpes por el tacto de mi piel fría, jugueteaban
persiguiendo la erizada piel de mi cuello. Tus dedos fueron recorriendo mis
hombros, clavícula, cuello otra vez. Sentía como mi respiración se iba
descontrolando poco a poco, mientras tú te acercabas sonriendo hasta mi pecho.
Pasaste la lengua recorriendo su contorno, haciendo que los pezones fueran
despuntado, moviéndola ágil fuiste ganando terreno hasta morder a uno de ellos.
Mirándome fijamente tiraste un poco de él haciendo retorcerme por dentro de
placer. Con una de tus manos, pellizcaste al otro pezón mientras con tu boca
seguías absorbiendo y mordisqueando al pequeño que estaba entre tus labios.Sentía como mi respiración se descontrolaba cada vez más,
mientras tú, te reías sabiendo que llevabas la situación.
Tras jugar un rato
con mis tetas, comenzaste a bajar entre besos
y mordiscos hasta el hueso de mi cadera. Allí, comenzaste a dejar
pequeñas lamidas y besos siguiendo la trayectoria de mis bragas hasta la otra
parte de la cadera. Pasaste la lengua sin dejar de mirarme sobre las bragas en
la parte de mi sexo y sonreíste sintiendo que este estaba húmedo con una mirada
de aprobación.
Comenzaste a bajar lentamente mis bragas con tus dedos,
mientras tus labios iban recorriendo el espacio libre que mostraban. Justo
antes de llegar a la zona caliente, las terminaste de quitar de un solo tirón
para después abrirme las piernas. Comenzaste a besar y lamer la parte interna
de mi muslo, haciendo que me retorciera muerta de ganas de más. Primero un
lado, luego otro, disfrutando de llevar el control. Para sin previo aviso pegar
una gran lamida sobre mi sexo húmedo.
Comenzaste a pasar lentamente la lengua por los labios,
haciendo florituras hasta llegar a mi clítoris. Una vez allí, comenzaste a
hacer pequeños círculos a su alrededor, sintiendo como mis piernas temblaban de
vez en cuando. Te reíste, soltando todo el aliento provocando un escalofrío por
mi espalda. En ese momento, comenzaste en serio.
Tu lengua se movía ágil haciendo dibujos llenos de placer,
mientras tus dedos comenzaban a jugar entre los labios. Poco a poco, fuiste
subiendo la intensidad de las lamidas para que, sin previo aviso, me penetraste
con dos de tus dedos. De la sorpresa, mi respiración sofocada se convirtió en
un pequeño gemido, señal que necesitaste para no parar. Al principio
simplemente me penetrabas con ellos, alternando el tipo de lamida. Después,
dejando los dedos dentro, comenzaste a hacer círculos con ellos llegando a esa
zona que me volvía loca mientras tu lengua se movía rápida en pequeñas lamidas.
Mis gemidos empezaban a inundar poco a poco la habitación mientras mis piernas
temblaban ante el placer recibido.
De repente, paraste. Te miré con cara de disgusto mientras
intentaba retenerte entre mis piernas pero tú y habías iniciado tu subida con
pequeños mordiscos, parando un rato en mis pezones para después besarme.
Mientras me besabas, algo salvaje, tu cuerpo se pegaba al mío, restregándose.
Mis piernas rodearon tu cintura para pegarse aún más a tu calzoncillo hinchado.
Terminaste de besarme y susurraste seguidamente que era mi turno.
Sonreí mordiéndote el cuello, mientras me colocaba encima de
ti. Me recogí el pelo en un moño de esos medio chapuceros y comencé a bajar
lentamente con la lengua recorriendo todo tu torso, dejando algún pequeño
mordisco por aquí y por allí, llegando hasta tus calzoncillos. Los lamí,
repitiendo lo mismo que habías hecho tú un rato antes y sonreí mordiéndolos
para comenzar a bajártelos lentamente. Me ayudé con las manos y los tiré por
ahí.
Cogí tu pene con la mano, y comencé a masajearlo lentamente
sin dejar de mirarte sonriendo. Pasé, como quien no quiere la cosa, mi lengua
por su punta haciendo un pequeño círculo. Noté como suspirabas mientras
comenzaba a hacer más círculos hasta llegar con la lengua a esa zona que tanto
te gustaba. Empecé a dejar pequeñas lamidas, y sin avisar, introduje en mi boca
todo tu pene haciendo una pequeña embestida a mi boca. Sin soltarte, mi lengua
comenzó a recorrerte sin previo aviso, sin dejar un solo lugar que investigar.
Comencé a chupártela, metiendo y sacándola de mi boca a un
ritmo creciente, como sabía que te gustaba, mientras que con mi lengua lamia
rápido cada rincón. Noté como tus dedos se enredaban en mi pelo y me daban un
pequeño tirón. Sonreí mirándote para parar y comenzar a centrarme sólo en la
punta otra vez. Haciendo círculos, zigzag o pequeñas lamidas recorriendo esos
rinconcitos que sabía que te volvían loco. Tus dedos tironeaban de mi pelo
pidiendo más intensidad, y yo, divertida, me hacía de rogar.
Paré, subiendo un poquito para robarte un beso, para después
comenzar a jugar con mis tetas y tu pene. Tu cara de sorpresa fue excitante, y
comencé a pajearte con mis tetas. Ejerciendo diferentes presiones en cada
movimiento, sin dejar de mirar tu cara de placer. Juguetona, comencé a chupar
cada vez que salía la punta de tu pene entre mis tetas, notando como tu
respiración se entrecortaba y tu cara demostraba el placer que sentía.
Tras estar jugando así un rato volví a centrarme en
chupártela solo, cuando me hiciste parar con un pequeño empujón, tomando las
riendas. Te pusiste sobre mí, dejándome a cuatro patas, y tras pegar una gran
lamida a mi coño, me embestiste. Solté un gemido de sorpresa y placer, mientras
tú recorrías mi cuerpo con tus manos. Comenzaste a embestirme, primero fuerte y
despacio, y poco a poco, fuiste aumentando la frecuencia hasta hacerme gritar
de placer. Mientras me embestías, tus manos me tiraban del pelo, de las tetas.
Dejando claro que ahora eras el dueño del juego. Cogiste de mis hombros, haciendo que irguiera
el cuerpo, sin dejar de embestirme, para pegarme contra ti. Comenzaste a
morderme el cuello y a pellizcar mis pezones mientras mantenías un ritmo fuerte
y constante de las embestidas, sintiendo como mi cuerpo temblaba y rugía con
cada una de ellas.
Paraste sin salir, llevando tus dedos a mi boca. Yo comencé
a chupártelos como si de otra parte de tu cuerpo se tratase, cegada de placer.
Cuando pensaste que estaban lo suficientemente húmedos, comenzaste a embestirme
más rápido mientras tus dedos jugaban con mi clítoris. Mis gemidos inundaban la
habitación, mientras mi cuerpo se movía al compás del tuyo sintiéndolos
entrechocar. Mis uñas se clavaban en ti, mientras me sujetaba para pegarme más
si podía ser a ti. Sentía las contracciones que iba haciendo mi vagina y tú lo
notaste, sabiendo que iba a correrme pronto. Tus dedos y embestidas fueron más rápidas
mientras me susurrabas al oído: “Te dejo que esta vez te corras, si prometes
que luego vas a aplicarte muy bien hasta que vuelvas a correrte.” Como toda
respuesta solo pude afirmar con la cabeza mientras me colocabas otra vez
doblada con el culo más subido. Me chupaste los dedos indicándome que ahora me
tocaba a mí, y comencé a masturbarme el clítoris mientras tú te centrabas en
las embestidas mientras manoseabas mis tetas y dejabas algún arañazo en mi
espalda. Sentí un temblor dentro, seguido de un placer indescriptible
haciéndome aumentar el ritmo de mis dedos sobre el clítoris, mientras sentía
como las contracciones de mi vagina eran aún mayores. Tú no paraste, sino que
aumentaste aún más, haciéndome disfrutar del orgasmo mientras te deleitabas con
mis gemidos y mi cuerpo. Terminé de correrme y tras un par de embestidas más me
soltaste sintiendo el temblor de mis piernas. Me dejaste tumbarme mientras
volvías a colocarte entre mis piernas sonriendo. Esto sólo acababa de empezar.