martes, 3 de febrero de 2015

¿Quién propuso nunca un mejor modo de quitarnos el miedo?

Se había ido la luz en todo el edificio por la tormenta que caía fuera de casa. Sabías lo poco que me gustaban, así que decidiste poner en el móvil mi música favorita para evadirnos del mundo. En el salón, habías colocado un sinfin de mantas por el suelo, cojines y los farolillos de camping para alumbrarlo todo. Unas copas de vino y algo de picoteo, un pequeño oasis para desaparecer de los miedos. Entre risas y miradas cómplices tras la comida, la ayuda del vino y de la poca tecnología que podía molestarnos comenzamos a besarnos. Primero despacio, entre caricias, para ir subiendo poco a poco de intensidad y pasión lo que llevó a que comenzáramos a entrar en calor, pegando nuestros cuerpos, mordiéndonos.

Nuestros cuerpos empezaban a estar algo sudorosos, mientras la poca ropa que nos quedaba se iba desprendiendo casi por arte de magia. Tus dedos, al principio algo torpes por el tacto de mi piel fría, jugueteaban persiguiendo la erizada piel de mi cuello. Tus dedos fueron recorriendo mis hombros, clavícula, cuello otra vez. Sentía como mi respiración se iba descontrolando poco a poco, mientras tú te acercabas sonriendo hasta mi pecho. Pasaste la lengua recorriendo su contorno, haciendo que los pezones fueran despuntado, moviéndola ágil fuiste ganando terreno hasta morder a uno de ellos. 

Mirándome fijamente tiraste un poco de él haciendo retorcerme por dentro de placer. Con una de tus manos, pellizcaste al otro pezón mientras con tu boca seguías absorbiendo y mordisqueando al pequeño que estaba entre tus labios.Sentía como mi respiración se descontrolaba cada vez más, mientras tú, te reías sabiendo que llevabas la situación. 

Tras jugar un rato con mis tetas, comenzaste a bajar entre besos  y mordiscos hasta el hueso de mi cadera. Allí, comenzaste a dejar pequeñas lamidas y besos siguiendo la trayectoria de mis bragas hasta la otra parte de la cadera. Pasaste la lengua sin dejar de mirarme sobre las bragas en la parte de mi sexo y sonreíste sintiendo que este estaba húmedo con una mirada de aprobación.
Comenzaste a bajar lentamente mis bragas con tus dedos, mientras tus labios iban recorriendo el espacio libre que mostraban. Justo antes de llegar a la zona caliente, las terminaste de quitar de un solo tirón para después abrirme las piernas. Comenzaste a besar y lamer la parte interna de mi muslo, haciendo que me retorciera muerta de ganas de más. Primero un lado, luego otro, disfrutando de llevar el control. Para sin previo aviso pegar una gran lamida sobre mi sexo húmedo.
Comenzaste a pasar lentamente la lengua por los labios, haciendo florituras hasta llegar a mi clítoris. Una vez allí, comenzaste a hacer pequeños círculos a su alrededor, sintiendo como mis piernas temblaban de vez en cuando. Te reíste, soltando todo el aliento provocando un escalofrío por mi espalda. En ese momento, comenzaste en serio.

Tu lengua se movía ágil haciendo dibujos llenos de placer, mientras tus dedos comenzaban a jugar entre los labios. Poco a poco, fuiste subiendo la intensidad de las lamidas para que, sin previo aviso, me penetraste con dos de tus dedos. De la sorpresa, mi respiración sofocada se convirtió en un pequeño gemido, señal que necesitaste para no parar. Al principio simplemente me penetrabas con ellos, alternando el tipo de lamida. Después, dejando los dedos dentro, comenzaste a hacer círculos con ellos llegando a esa zona que me volvía loca mientras tu lengua se movía rápida en pequeñas lamidas. Mis gemidos empezaban a inundar poco a poco la habitación mientras mis piernas temblaban ante el placer recibido.

De repente, paraste. Te miré con cara de disgusto mientras intentaba retenerte entre mis piernas pero tú y habías iniciado tu subida con pequeños mordiscos, parando un rato en mis pezones para después besarme. Mientras me besabas, algo salvaje, tu cuerpo se pegaba al mío, restregándose. Mis piernas rodearon tu cintura para pegarse aún más a tu calzoncillo hinchado. Terminaste de besarme y susurraste seguidamente que era mi turno.

Sonreí mordiéndote el cuello, mientras me colocaba encima de ti. Me recogí el pelo en un moño de esos medio chapuceros y comencé a bajar lentamente con la lengua recorriendo todo tu torso, dejando algún pequeño mordisco por aquí y por allí, llegando hasta tus calzoncillos. Los lamí, repitiendo lo mismo que habías hecho tú un rato antes y sonreí mordiéndolos para comenzar a bajártelos lentamente. Me ayudé con las manos y los tiré por ahí.

Cogí tu pene con la mano, y comencé a masajearlo lentamente sin dejar de mirarte sonriendo. Pasé, como quien no quiere la cosa, mi lengua por su punta haciendo un pequeño círculo. Noté como suspirabas mientras comenzaba a hacer más círculos hasta llegar con la lengua a esa zona que tanto te gustaba. Empecé a dejar pequeñas lamidas, y sin avisar, introduje en mi boca todo tu pene haciendo una pequeña embestida a mi boca. Sin soltarte, mi lengua comenzó a recorrerte sin previo aviso, sin dejar un solo lugar que investigar.

Comencé a chupártela, metiendo y sacándola de mi boca a un ritmo creciente, como sabía que te gustaba, mientras que con mi lengua lamia rápido cada rincón. Noté como tus dedos se enredaban en mi pelo y me daban un pequeño tirón. Sonreí mirándote para parar y comenzar a centrarme sólo en la punta otra vez. Haciendo círculos, zigzag o pequeñas lamidas recorriendo esos rinconcitos que sabía que te volvían loco. Tus dedos tironeaban de mi pelo pidiendo más intensidad, y yo, divertida, me hacía de rogar.

Paré, subiendo un poquito para robarte un beso, para después comenzar a jugar con mis tetas y tu pene. Tu cara de sorpresa fue excitante, y comencé a pajearte con mis tetas. Ejerciendo diferentes presiones en cada movimiento, sin dejar de mirar tu cara de placer. Juguetona, comencé a chupar cada vez que salía la punta de tu pene entre mis tetas, notando como tu respiración se entrecortaba y tu cara demostraba el placer que sentía.

Tras estar jugando así un rato volví a centrarme en chupártela solo, cuando me hiciste parar con un pequeño empujón, tomando las riendas. Te pusiste sobre mí, dejándome a cuatro patas, y tras pegar una gran lamida a mi coño, me embestiste. Solté un gemido de sorpresa y placer, mientras tú recorrías mi cuerpo con tus manos. Comenzaste a embestirme, primero fuerte y despacio, y poco a poco, fuiste aumentando la frecuencia hasta hacerme gritar de placer. Mientras me embestías, tus manos me tiraban del pelo, de las tetas. Dejando claro que ahora eras el dueño del juego.  Cogiste de mis hombros, haciendo que irguiera el cuerpo, sin dejar de embestirme, para pegarme contra ti. Comenzaste a morderme el cuello y a pellizcar mis pezones mientras mantenías un ritmo fuerte y constante de las embestidas, sintiendo como mi cuerpo temblaba y rugía con cada una de ellas.

Paraste sin salir, llevando tus dedos a mi boca. Yo comencé a chupártelos como si de otra parte de tu cuerpo se tratase, cegada de placer. Cuando pensaste que estaban lo suficientemente húmedos, comenzaste a embestirme más rápido mientras tus dedos jugaban con mi clítoris. Mis gemidos inundaban la habitación, mientras mi cuerpo se movía al compás del tuyo sintiéndolos entrechocar. Mis uñas se clavaban en ti, mientras me sujetaba para pegarme más si podía ser a ti. Sentía las contracciones que iba haciendo mi vagina y tú lo notaste, sabiendo que iba a correrme pronto. Tus dedos y embestidas fueron más rápidas mientras me susurrabas al oído: “Te dejo que esta vez te corras, si prometes que luego vas a aplicarte muy bien hasta que vuelvas a correrte.” Como toda respuesta solo pude afirmar con la cabeza mientras me colocabas otra vez doblada con el culo más subido. Me chupaste los dedos indicándome que ahora me tocaba a mí, y comencé a masturbarme el clítoris mientras tú te centrabas en las embestidas mientras manoseabas mis tetas y dejabas algún arañazo en mi espalda. Sentí un temblor dentro, seguido de un placer indescriptible haciéndome aumentar el ritmo de mis dedos sobre el clítoris, mientras sentía como las contracciones de mi vagina eran aún mayores. Tú no paraste, sino que aumentaste aún más, haciéndome disfrutar del orgasmo mientras te deleitabas con mis gemidos y mi cuerpo. Terminé de correrme y tras un par de embestidas más me soltaste sintiendo el temblor de mis piernas. Me dejaste tumbarme mientras volvías a colocarte entre mis piernas sonriendo. Esto sólo acababa de empezar.